Ayer fui una víctima más de la inseguridad, como la mayoría de los habitantes de este país. Sin saber porque, en el medio de una autopista atestada de carros y una copiosa lluvia -producto de la ya permanente inestabilidad atmosférica que circunda a Caracas en estos días- dos hombres en sus motos, se sintieron con el derecho de golpear violentamente los vidrios de mi camioneta y atemorizarme con un arma que mostraron dentro de un bolso, supongo que para que entendiera que mi vida estaba en juego y en sus manos, razón por la que debía entregarles mis pertenencias.
Mantuve la calma, y como pude evalué opciones encomendándome a Dios, como todos los que pasamos por esta lamentable experiencia. Por fortuna y obra del creador salí ilesa del incidente y terriblemente preocupada e indignada por la realidad que sabemos cierta hace rato: La vida no vale nada por estos lados. Y aún entendiendo esta delicada y dramática realidad que vivimos como sociedad no somos capaces de unirnos como país y exigir que la vida se respete, indistintamente de la creencia política, del poder adquisitivo, nivel educativo o de la religión que se profese y que para que ello sea una realidad las instituciones públicas responsables de la seguridad deben hacer su trabajo.
El que no podamos circular por una autopista o por una calle a plena luz del día, o que tengamos que vivir enrejados, resguardados y perseguidos por ese agobiante sentimiento de que en cualquier momento puede salir algún desadaptado que se siente con la libertad de robar, secuestrar, violar o matar constituye una situación que como sociedad debemos parar, por lo insostenible y bizarra que es para el futuro del país.
Nuestras estadísticas dan cuenta que la tercera causa de muerte es la violencia, precedida por enfermedades cardiovasculares y cáncer, así tenemos que más de cien venezolanos mueren en todo el país cada fin de semana producto de la inseguridad, ocurren en promedio 5 secuestros al día, 2 hurtos por hora y 46 por día, cifras que dan cuenta lo enfermo que estamos como sociedad, al ofrecer más oportunidades país a la muerte que las que pudiéramos tener para emprender y ser seres productivos.
La pérdida de valores, la droga, la politización maniquea de las instituciones responsables de garantizar la seguridad y sancionar al que delinque, la fragmentación de la ciudad en parcelas estanco donde la escasa coordinación y acción de los entes responsables de evitar la muerte se fragmenta y diluye en la nada, junto a la nefasta dicotomía que coexiste entre antivalores versus la posibilidad de surgir a pulso y esfuerzo de la periferia de miseria que no ha resuelto gobierno alguno en esta tierra, constituyen ese nefasto caldo de cultivo que reproduce seres violentos capaces de truncar vidas para hacerse de un celular, unos zapatos, un vehículo y hasta sin motivo alguno.
Las causas de esta nefasta situación de delincuencia en el país, no es otra que la ausencia de políticas públicas, que por un lado posibiliten al venezolano con más carencias que prospere en calidad de vida y bienestar al contar con un país que le ofrece oportunidades de formación, empleo, salud, vivienda y que no se vea en la necesidad o comodidad de delinquir. Y por otra de políticas públicas que sancionen severamente a aquellos que delinquen y atentan contra la vida de terceros.
Recuerdo que la seguridad de todos los ciudadanos es obligación de los entes públicos, sin distingo la Constitución contempla, dentro de los derechos de los venezolanos, la protección por parte del Estado y el deber del ejecutivo nacional de mantener y restablecer el orden público y asegurar el pacífico disfrute de las garantías y derechos constitucionales, no obstante la lamentable realidad que experimentamos a diario los ciudadanos, es la inaceptable impotencia de vernos vulnerados por una delincuencia desatada que poco interesa frenar.
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